[caption id="attachment_10392" align="alignleft" width="1024"] Un lobo en la nieve: En un momento en que las actividades económicas humanas llegan a tal escala que el clima mundial está en peligro, el planeta no da falsas alarmas. (Foto: imageBroker/David & Micha Sheldon/Newscom)[/caption]
El acuerdo nacido de la COP-21 en París, que limita las emisiones de gases de efecto invernadero, marcó un hito en la lucha contra la amenaza del cambio climático. Sin embargo, las autoridades deberán redoblar sus esfuerzos ya que, según los datos, cada vez es más claro que la actividad humana está desestabilizando el clima del planeta. El peligro, inherentemente común a todos, subraya la necesidad de estrechar y ahondar la cooperación internacional para preservar el hábitat en el cual ha prosperado la vida humana.
William Nordhaus, que la semana próxima recibirá el Premio Nobel por su trabajo dedicado a la economía ambiental, escribió en 1977 :
Al contemplar el futuro rumbo del crecimiento económico en Occidente, los científicos se dividen entre un grupo que clama "¡se viene el lobo!" y otro que niega la existencia de esa especie. Una inquietud persistente es que las actividades económicas humanas alcanzarán una escala tal que el clima mundial se verá afectado significativamente. A diferencia de muchas alarmas sobre la llegada del lobo, me parece que esta habría que tomarla con gran seriedad.
Al cabo de poco más de cuatro décadas, tenemos al lobo en la puerta.
Retrospectivamente, 2018 ha sido un año con olas de calor, incendios forestales y tormentas de mayor intensidad. De los 18 años más calurosos sobre los que existen estadísticas, 17 han ocurrido desde 2000 . 2018 está en camino a sumárseles. Entre tanto, las emisiones de gases de efecto invernadero continúan aumentando.
Pero los indicios visibles de la presión a la que está sometido el entorno natural como consecuencia de la actividad humana van mucho más allá de estos fenómenos meteorológicos. Otros aspectos críticos del clima y la biósfera terrestres sufren enormes tensiones. Los bosques lluviosos están mermando. Los cascos polares pierden superficie a medida que se calientan los océanos y, a medida que estos se acidifican, desaparecen los arrecifes de coral. El vertido de fertilizantes inyecta demasiados fosfatos y nitratos en las cuencas fluviales, contaminando las aguas y los ecosistemas litorales. Los microplásticos están entrando en los alimentos y el agua que bebemos. La biodiversidad de nuestro planeta está haciendo implosión. El World Wildlife Fund [Fondo Mundial para la Naturaleza] estima que 60% de los vertebrados han sido erradicados desde 1970, y la densidad de los insectos está disminuyendo en algunas zonas a una velocidad alarmante .
Los científicos nos dicen que corremos el peligro de cruzar fronteras planetarias críticas que marcan los límites ambientales dentro de los cuales la civilización humana ha podido desarrollarse. Los posibles puntos de inflexión significan que esos límites podrían quebrantarse de manera inesperada, abrupta e irreversible. Y el tiempo apremia. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas advierte que nos queda muy poco tiempo para evitar una catástrofe climática. Esos riesgos han sido puestos de relieve por la última evaluación climática nacional de Estados Unidos , así como por el gobierno del Reino Unido en sus nuevas proyecciones climáticas .
Desde el punto de vista de los economistas, estos trastornos planetarios surgen porque ni las empresas ni los hogares tienen en cuenta el efecto perjudicial de sus actividades en el medio ambiente; en lenguaje técnico, la actividad económica a menudo acarrea externalidades negativas. En principio, los impuestos que obligan a los hogares y a las empresas a pagar el costo del daño colateral que le causan al medio ambiente pueden compensar esas externalidades. Pero las externalidades ambientales son complejas, y eso sugiere que podría entrar en juego un abanico más amplio de políticas ; por ejemplo, las regulatorias y las financieras.
Un factor fundamental es que, como las externalidades que afectan al clima y a la biósfera no respetan las fronteras nacionales, las políticas deben reflejar daños internacionales y no solo locales. Es por eso que las políticas unilaterales nacionales tienen pocas probabilidades de dar suficiente resultado, incluso suponiendo que puedan superar los obstáculos políticos internos. La cooperación multilateral también es esencial.
El multilateralismo ayuda a los países a tener en cuenta el bienestar de los pueblos más allá de sus fronteras, sabiendo que otros países están haciendo lo mismo. Ese ánimo es el que motivó el logro de la COP-21 en 2015: en virtud del Acuerdo de París, los países se comprometieron a contener el aumento de las temperaturas mundiales por encima de los niveles preindustriales a muy por debajo de 2 grados centígrados. Y ese es el ánimo que inspira los esfuerzos actuales por llevar el acuerdo a la práctica y afianzarlo, lo cual requiere crear una economía con cero emisiones de carbono en las próximas décadas.
Hay razones para ser optimistas: el multilateralismo ha producido resultados notables. Las instituciones financieras de Bretton Woods y la OCDE, junto con sucesivas rondas de liberalización del comercio internacional bajo el GATT y luego la OMC, respaldaron siete décadas de prosperidad, reflejadas en una sustancial convergencia de los ingresos de los países más pobres. La cooperación internacional sobre la estabilidad financiera a través del proceso de Basilea y el Consejo de Estabilidad Financiera (CEF) ilustra la eficacia del "derecho indicativo". La cooperación internacional en materia de salud ha producido grandes logros, como la erradicación de la viruela en 1980, y más recientemente avances significativos en muchos países de bajo ingreso en el contexto de los Objetivos de Desarrollo del Milenio . Los acuerdos para limitar las pruebas con armas nucleares y su proliferación descansan en el mismo principio de evitar situaciones en las que todos pierden.
Incluso antes del histórico Acuerdo de París, hubo importantes logros multilaterales a favor del medio ambiente. Uno de los primeros fue el Convenio sobre la contaminación atmosférica transfronteriza a gran distancia firmado en 1979 y ampliado por una serie de protocolos, incluido uno sobre las emisiones de dióxido de azufre y óxidos de nitrógeno. En 1987, los 46 signatarios del Protocolo de Montreal acordaron eliminar progresivamente las sustancias que destruyen la capa de ozono. Ese acuerdo, que hoy cuenta con 197 partes, contribuyó a revertir la caída de las concentraciones de ozono atmosférico encima de la Antártida.
¿Qué puede hacer la comunidad internacional frente a la crisis ambiental, especialmente cuando es cada vez más difícil lograr unanimidad entre los países? Una opción son las “coaliciones de voluntad” o clubes , que brindan beneficios mutuos (por ejemplo, una circulación más fácil de las personas) a cambio de una acción ambiental concertada más contundente.
Ese enfoque podría basarse incluso en mecanismos existentes de multilateralismo económico. Varios acuerdos comerciales, como el Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (TPP) y el Tratado entre México, Estados Unidos Canadá (T‑MEC), ya contienen capítulos que exigen a los países velar por el cumplimiento de sus propias leyes ambientales. Hacer extensivo ese enfoque podría ayudar a promover medidas ambientales internas más sólidas. Por ejemplo, los acuerdos plurilaterales o de masa crítica dentro de la OMC podrían exigir a los miembros tomar medidas más ambiciosas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Eso inspiró el acuerdo comercial suscrito por la UE y Japón en julio de 2018, el primero que compromete a los signatarios a cumplir con el Acuerdo de París.
Otro ejemplo es el Grupo de Tareas sobre la divulgación de información financiera relacionada con el clima , establecido por el CEF en 2015 a solicitud de los líderes del G20, que procura dar más visibilidad a los riesgos financieros relacionados con el clima, de modo que los mercados puedan asignarles un costo y los inversionistas financieros puedan controlarlos. Esa es otra manera de incorporar las externalidades ambientales a los precios.
Por último, parte de la misión del FMI es, en la medida en que lo permitan los recursos de personal disponibles, ampliar su labor en el ámbito de la supervisión y la mitigación de los daños ambientales. El FMI podría incluso vigilar el cumplimiento con algunos aspectos de los acuerdos medioambientales internacionales.
El planeta corre peligro, y eso significa que tenemos que trascender la ortodoxia. La semana próxima, cuando el profesor Nordhaus reciba su merecido galardón por sus contribuciones, y al mismo tiempo transcurre la COP-24, deberíamos reflexionar sobre sus advertencias y su clara visión de la necesidad de una solución multilateral.
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